null Presentación del libro 'Relatos de la preautonomía: en torno al 40 aniversario del Consejo Regional de Asturias'
15 de enero de 2020

Agradezco que me hayan dado la oportunidad de participar en la presentación de esta obra, tan adecuada para conocer la historia reciente de Asturias y reflexionar sobre ella. A mí, desde luego, me ha dado bastante que pensar. Aprovecharé esta intervención para compartir con ustedes parte de esas cavilaciones.

Empiezo por el principio, que suele ser lo más aconsejable. Y en un libro el inicio es su título, Relatos de la preautonomía. A estas alturas, todos sabemos que la política debe ir acompañada de un relato, inserta en una narración. Hasta tal punto, que ocurre con frecuencia que las conveniencias del relato parecen importar más que las consecuencias de la acción. De hecho, pienso que algunas decisiones cercanas en la política autonómica sólo se entienden si se aprecian desde esa perspectiva, la justificación del relato. Como antes se decía en el cine para explicar los desnudos: exigencias del guion.

Pero ese camino puede distraernos, así que vuelvo tiempo atrás, a la preautonomía. Reconozcamos que esa etapa es una suerte de limbo desconocido, de olvidada estación de paso entre la recuperación de la democracia y la autonomía. Aunque, obviamente, las circunstancias biológicas me impiden rememorarla, no me parece que en este caso el relato se impusiera a las acciones; más bien deduzco que sucedió al revés, que fueron las propias decisiones las que fueron enhebrando los capítulos hasta componer la narración que hoy conocemos. Como resume el coordinador del libro, Roberto Fernández Llera: “Los protagonistas diseñaron el tablero y las reglas de juego al mismo tiempo que comenzaban a tirar el dado y mover ficha”.

Por lo tanto, esta es una de las primeras virtudes de la obra. Recupera unos episodios importantes y, sin embargo, poco conocidos. Lo hace, además, desde distintas perspectivas: la cultural, con las aportaciones de Xuan Xosé Sánchez Vicente; la transformación económica, analizada por Manuel Hernández Muñiz, o, ya desde el punto de vista jurídico,  la solución a la dualidad que planteaba la coexistencia del  Consejo Regional y la Diputación Provincial, que analiza mi querido profesor, que no viejo profesor, Leopoldo Tolivar. En fin, los anexos estadísticos, las demás colaboraciones –Ramón Rodríguez, director de esta casa, el Ridea; Pedro Sanjurjo y Marcelino Marcos, presidentes de la Junta- completan el libro con material interesante y útil.

Habrán echado en falta una referencia a otro capítulo, la mesa redonda en la que participaron tres ex presidentes: Juan Luis Rodríguez-Vigil, Antonio Trevín y Vicente Álvarez Areces.  Permitan y entiendan que le dedique una mención especial porque precisamente este viernes se conmemora el primer aniversario del fallecimiento de Álvarez Areces.  Me costó creerlo aquella mañana del 17 de  enero y aún me cuesta creerlo hoy, que semejante vocación política, una persona que parecía inagotable, una fuente perenne de energía, no esté entre nosotros. Este acto es una excelente ocasión para recordar a quien fue el presidente que más años lideró el Gobierno de Asturias, doce.

Ese es otro de los atractivos de la obra, que nos permite acercarnos a algunas de sus últimas reflexiones públicas. No obstante, y en memoria también del propio Tini, al que no le asustaban los desafíos, reconozcamos que nos da pie a un reto mayor. Planteémonoslo abiertamente: ¿la etapa autonómica ha sido positiva para Asturias? A mi juicio, la respuesta no ofrece dudas: sí, por supuesto. Por ejemplo, no podemos separar el desarrollo y la calidad de nuestro Estado de bienestar de la existencia de la autonomía. No imagino nuestra dotación de infraestructuras educativas y sanitarias, incluido el propio HUCA, sin la comunidad autónoma, sin sus instituciones ni sus gestores. Sin ella, la pervivencia de las escuelas rurales con cuatro alumnos sería una utopía.

Si hablamos de Sanidad, un tanto de lo mismo, como de forma tan acertada señala el presidente Rodríguez-Vigil

Temo que esto tampoco se sepa o, al menos, no se sepa lo suficiente. Son el tipo de cuestiones que se dan por sobrevenidas, como si fueran resultado de la simple administración de los asuntos cotidianos. Pues no, muchas han exigido una fuerte capacidad negociadora y un empeño  continuo. El cierre de las transferencias de la educación y la sanidad, por ejemplo. O, de nuevo, el propio HUCA, “producto de una batalla política de gran envergadura”, como subrayó el propio Álvarez Areces.

Todo esto, por supuesto, no se sabía cuando se inició la Transición democrática ni cuando se desbrozó el camino territorial. El 20 de julio de 1977, cuando los diez diputados, entre ellos mi añorado Emilio Barbón, y cuatro senadores que representaban a Asturias en las Cortes Generales se constituyeron en Asamblea de Parlamentarios, empezó una andadura sin destino exacto, pero llena de expectativas. ¿Había tensión, incertidumbres y augurios apocalípticos a los dos años de la muerte del dictador? Sí, por supuesto: abundaban hasta sobrar.

Preguntémonos qué hizo posible que aquel ensayo, un experimento lleno de riesgos, acabase saliendo bien. Esa interrogante se ha planteado en muchas ocasiones. Unos aducen que el miedo (el temor a la involución, al golpismo, el recuerdo de la guerra…) allanó el acuerdo. Otros arguyen la talla de los líderes políticos. En los últimos años se ha extendido una versión deslegitimadora, según la cual la Transición fue un producto manufacturado por las elites del franquismo. Bien, interpretaciones hay para todos los gustos, pero creo que la fuerza motriz más potente de todas, el vector determinante, fue el deseo colectivo de una España libre, democrática y europea.  La conveniencia de que las cosas resultaran bien se impuso al miedo y al deseo del fracaso, que a menudo van de la mano.

No estoy haciendo un paralelismo con la situación actual. La España de hoy no es homologable a la de hace cuatro décadas. Disfrutamos de una democracia asentada y reconocida, integrada de lleno en la Unión Europea y a la vanguardia en la defensa de los derechos civiles y la lucha por la igualdad. Pero cuando vivimos episodios de tensión, recordemos cuál fue el motor principal que hizo posible la Transición y, con ella, el Estado autonómico: la voluntad mayoritaria, muy mayoritaria, de emplear el diálogo y el consenso para construir una España mejor.

Me atrevo a pensar que ese era también el pensamiento común de quienes formaron la Asamblea de Parlamentarios y el Consejo Regional, con independencia de su filiación política: la edificación de una Asturias nueva y mejor. De nuevo podemos afirmar que la ilusión, las ideas y ganas de futuro, vencieron a los miedos.

¿Pudieron hacerse las cosas de otro modo, mejor incluso? Quizá, nunca lo sabremos con certeza. De lo que no cabe duda es del resultado. Es algo que debemos subrayar públicamente: a lo largo de 40 años de desarrollo autonómico se habrán cometido muchos errores, pero el balance global es positivo, pese a la fortísima crisis industrial que tuvimos que afrontar, la mayor que haya soportado una comunidad autónoma, y que ha marcado la evolución de Asturias desde, prácticamente, el inicio de su período democrático.

Lo resumo con términos generacionales: nuestros mayores lo hicieron bien, y aquí incluyo a todas las fuerzas democráticas asturianas, pero permítanme que tenga una referencia especial para Rafael Fernández, único presidente del Consejo Regional, primer presidente del Principado de Asturias. Y ahora, a nosotros –y por nosotros me refiero a quienes no protagonizamos ni vivimos siquiera esa etapa- nos toca volver a hacerlo bien en otro momento de cambio. Ciertamente, afrontamos otra etapa de transformaciones, llena de desafíos, pero también de expectativas. Entiendan que hoy, en la presentación de este libro con Relatos de la preautonomía, reivindique de nuevo el diálogo y el consenso como las herramientas adecuadas para construir esa nueva y mejor Asturias. Para que, una vez más y todas las que hagan falta, la audacia, las ideas y las ganas de futuro vuelvan a vencer al miedo al cambio y a los profetas del desastre.

Gracias a quienes, de una manera u otra, han participado en la elaboración de este libro. Gracias, en especial, a todos los presidentes autonómicos, a quienes participaron en la obra y a los que ya no están entre nosotros.

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