null Mesa redonda 'Autonomía asturiana: pasado, presente y futuro'

Intervención del presidente del Principado de Asturias, Adrián Barbón, en la mesa redonda Autonomía asturiana: pasado, presente y futuro, que cierra el ciclo de conferencias Historias y prospectivas sobre cuarenta años de autonomía asturiana, organizado por el Real Instituto de Estudios Asturianos (Ridea).

06 de abril de 2022

Encuadre biográfico. Empiezo con una broma. Nací en 1979, así que fui un bebé constitucional y preautonómico. Es un dato de poca importancia, pero ayuda a encuadrar mi punto de vista. Cuando cumplí los tres años, el Estatuto de autonomía ya había sido aprobado por el Congreso y estaba a punto de entrar en vigor. Por lo tanto, prácticamente toda mi trayectoria vital ha sido pareja al desarrollo de la democracia y, con ella, del Estado autonómico.

Sin presunción, he leído mucho sobre la Transición y los inicios de la autonomía. Me apasionan la política y la historia, así que tampoco es un gran mérito: he aprendido haciendo lo que me gusta. Pero por mucho que haya estudiado, mi perspectiva nunca puede ser la misma que la de alguien que vivió la dictadura, defendió la democracia, participó en la Transición, propugnó la autonomía y se convirtió en el primer presidente del Principado elegido por la Junta General después de unas elecciones (1983). Ese es otro caso, es el caso de Pedro de Silva. Como ya he afirmado públicamente, considero que ha sido el mejor presidente de la historia autonómica. Hoy voy a aprovechar parte de esta conferencia para explicar por qué.

La España autonómica, pacto de convivencia. Vuelvo a mi biografía. Para mí, Estado autonómico y democracia siempre han estado unidos. También en esto soy muy constitucional. Basta con leer el artículo 2 de la Carta Magna, sin necesidad de llegar al famoso Título VIII. Hago hincapié porque a mi entender no se subraya todo lo necesario que el Estado autonómico es consustancial, no circunstancial, a nuestro desarrollo constitucional.

En los últimos años, a propósito del desafío independentista catalán, se prodigó la expresión “pacto de convivencia” para referirse a la Constitución. Se argumentaba con razón que el planteamiento soberanista lo ponía en riesgo. Es cierto, y del mismo modo hemos de entender que ese pacto de convivencia forjado en la Transición incluye el reconocimiento de la pluralidad de España y de su organización en comunidades autónomas. Preciso que soy un defensor de la Transición. Siempre me he rebelado intelectual y políticamente contra esa revisión que intenta presentarla como una claudicación ante lo que entonces se denominaban poderes fácticos. Me parece un desprecio hacia todas las personas que se jugaron su libertad, incluso su vida, para asentar la democracia en nuestro país.

Planteo una pregunta. ¿Hubiera sido posible el éxito político de la Transición sin el reconocimiento de la diversidad de España? Probablemente, no. Sabemos que entre los padres de la Constitución –de aquella las grandes acciones políticas sólo tenían padres- había políticos más autonomistas que otros y que algunos veían en el reconocimiento de las comunidades el inicio de la disgregación de España. Como había dicho Pablo VI unos años antes, temían que por la rendija territorial se colara el humo de Satanás en el templo de la España unida. Por lo tanto, parece razonable pensar que la redacción del Título VIII fue, sobre todo, una concesión a la realidad política del país. Por convicción o por realismo, la España democrática iba a ser también la España autonómica.

Asturias, comunidad histórica. Tomada esta decisión, tocaba poner en marcha la formación de las comunidades autónomas. Pronto se comprobó que la política del café para todos del ministro Clavero Arévalo era imparable. La idea acariciada durante algún tiempo de limitar la vía autonómica a las comunidades históricas –me refiero a Cataluña, el País Vasco y Galicia, las tres que habían aprobado sus estatutos en la Segunda República- se hacía imposible.

A propósito, aquí radica uno de los errores iniciales de este proceso. El uso impropio del adjetivo histórico parecía que concedía un plus de legitimidad a esas tres comunidades. Digo impropio porque es dudoso que ninguna zona de España pueda exhibir más credenciales a ese respecto que Asturias (este mismo año se cumplirán 13 siglos de la batalla de Covadonga, de acuerdo con la fecha propuesta por Claudio Sánchez Albornoz y otros historiadores).

Pero al hablar de un error iba por otro camino. No pretendía tanto realzar la larga y consolidada identidad de Asturias como advertir del derecho de cualquier comunidad a emprender su propio camino autonómico. Para decirlo de forma más sencilla, una vez alumbrado el Estado autonómico tan legítimo era el desarrollo estatutario de Asturias como el de Andalucía o el del País Vasco. Viniendo al presente, tenemos tanta capacidad e iniciativa como cualquier otra comunidad para promover los cambios que consideremos adecuados para mejorar nuestro autogobierno.

Autonomía para solucionar los problemas. El año pasado, el Gobierno de Asturias concedió la Medalla de Oro a la comisión redactora del Estatuto, en conmemoración de los 40 años de su aprobación por el Congreso. No voy a detallar esa parte, ya muy relatada. Prefiero quedarme con dos ideas. Una, que se hizo un buen trabajo normativo; otro, que el Estatuto siempre tuvo un contenido pragmático, utilitario.

Incido en ello: desde el primer momento, la construcción autonómica de Asturias se planteó como una vía jurídico-instrumental, la mejor vía posible, para afrontar los problemas del Principado. En aquellos años, ya se prestaba una atención especial a las dificultades que se cernían sobre el sector público industrial, un enorme conglomerado de empresas (Hunosa, Ensidesa, astilleros, fábricas de armas, fertilizantes…) sobre el que descansaba la fortaleza económica de Asturias. Quienes quieran comprobarlo pueden echar un ojo al articulado inicial del Estatuto y su disposición transitoria séptima.

Este planteamiento ha seguido vigente hasta hoy. En Asturias, ni el Estatuto ni sus reformas se han blandido como herramientas para reivindicar supuestos derechos irredentos. La afirmación de la identidad asturiana, a la que ha ayudado la formación como comunidad autónoma, nunca se ha realizado por exclusión u oposición al resto de España.

Esa manera de actuar nos da un plus de sensatez y de madurez política del que, lo lamento, no somos conscientes. Deberíamos estar orgullosos. Porque, en efecto, la prueba del nueve del Estado de las autonomías era, sobre todo, su utilidad. Si se convertía en un artefacto inservible para resolver las necesidades de la ciudadanía, acabaría cayéndose por su propio peso. Quedaría reducido a un artificioso mecano para satisfacer lo que, por definición, es insaciable: los nacionalismos catalán y vasco.

Al principio, Pedro de Silva. Ese fue uno de los desafíos que tuvo que arrostrar Pedro de Silva a partir de 1983, cuando accedió a la presidencia con una mayoría de 26 diputados (iba a decir envidiable mayoría, pero prefiero no herir sensibilidades).

Después del período de mandato del buen Rafael Fernández, había que proceder al forjado institucional de la Asturias autonómica. El gobierno encontró en Bernardo Fernández, entonces consejero de Presidencia, un arquitecto de lujo. De esa época son las leyes sobre el escudo, el himno, la del presidente y el Consejo de Gobierno, la del régimen electoral, la de Organización y Funcionamiento de la Administración… Si echamos la vista atrás, vemos que han resistido muy bien el paso del tiempo.

Ese era un reto, pero el principal era otro. Demostrar que la autonomía servía para responder a las necesidades de Asturias. Y hacerlo, además, cuando empezaba a manifestarse con toda su crudeza la reconversión industrial.

Este fue el principal mérito del período de gobierno de Pedro de Silva, de las los legislaturas que abarcan desde 1983 a 1991. Probar que aquel invento recién estrenado servía para algo.

Cuando me preguntan por mi balance sobre el período autonómico de Asturias siempre concluyo que ha sido muy positivo. Por lo habitual pongo dos ejemplos muy sencillos: ni la red hospitalaria ni la red educativa con las que cuenta el Principado existirían hoy de no ser por la existencia de la comunidad autónoma. En un Estado centralista y con una perspectiva radial de España, tal como se tenía en el franquismo, ese despliegue resultaría inaceptable.

Bien, pues todo ese desarrollo pegado al terreno de los servicios públicos empezó en aquel período. Otro presidente que nos acompaña, Juan Luis Rodríguez-Vigil, fue precisamente quien lideró la concreción del mapa sanitario.

Hubo más logros en aquel período, si bien pasaron más desapercibidos. Por ejemplo, se puso a prueba la capacidad de la Administración autonómica para gestionar los fondos europeos. Ahora hablamos del enorme reto que supone la aplicación de los recursos incluidos en el programa Next Generation, pero al menos contamos con la experiencia acumulada en estas cuatro décadas. Entonces no había nada, y aun así se consiguió aprobar el primer Plan Nacional de Interés Comunitario (PNIC), que conllevó el saneamiento del Nalón y del Caudal.

También se demostró capacidad y audacia para explorar otras vías que compensaran a la economía asturiana, maltrecha por los sucesivos embates de la reconversión. Me permito subrayar la búsqueda de inversiones foráneas –con Thyssen y Du Pont como grandes focos- y la apuesta por el desarrollo turístico, recibida con incredulidad y desdén y ahora consolidada como uno de los sectores más dinámicos de nuestra economía.

Respeto a los demás presidentes. Como se habrán percatado, no me estoy ciñendo a la historia del Estatuto. Si fuera así, tendría que detenerme en su contenido, en las ampliaciones de competencias –la principal, con Vicente Álvarez Areces, el recordado Tini Areces, al frente del Ejecutivo- y en las comparaciones con otras comunidades. Pero esa historia ya está escrita y cualquier persona interesada en estos asuntos la conoce de sobra.

Mi propósito es distinto. Intento demostrar que la autonomía, la existencia de la comunidad autónoma, ha sido útil y beneficiosa para Asturias. En la columna del haber de ese balance incluyo a todos los presidentes que ha tenido el Principado: Rafael Fernández, Pedro de Silva, Antonio Trevín, Juan Luis Rodríguez-Vigil, Sergio Marqués, Vicente Álvarez Areces, Francisco Álvarez-Cascos y Javier Fernández. Con independencia de la posición política de cada cual, estoy convencido de que todos procuraron desde su cargo lo mejor para Asturias.

Cuatro virtudes. Si le dedico tanta extensión a Pedro de Silva no es por ser el primero nombrado tras unas elecciones autonómicas –al fin y al cabo, uno no elige los tiempos que le toca vivir-, sino porque sostengo que consiguió superar aquel desafío principal que encaraban aquellas instituciones embrionarias: acreditar su utilidad para construir la mejor Asturias. Creo que pudo hacerlo porque conjugó cuatro capacidades o habilidades, según el caso:

  • Fue práctico, consciente de las limitaciones de toda índole con la que nacía la nueva criatura, empezando por el presupuesto. Así supo hacer de la necesidad virtud cuando perdió la mayoría absoluta en 1987 y buscó tanto el apoyo de la patronal y los sindicatos (la primera concertación social) como las alianzas parlamentarias necesarias para seguir gobernando (primer acuerdo entre el PSOE e IU).

  • Fue ambicioso y audaz. Sin esas características ni se hubieran hecho realidad los equipamientos hospitalarios ni tampoco se habría acometido el empeño turístico.

  • Antepuso los intereses de Asturias, incluso cuando le valieron choques, más o menos públicos o soterrados, con el gobierno de su propio partido.

  • Y nunca se rindió al discurso de la decadencia. Esa letanía que todavía se reprograma hoy cada dos por tres, la del declive continuado del Principado, ya sonaba en aquellos años, alentada por el fragor del ajuste industrial. Dicho de otra manera, siempre confió en las posibilidades de Asturias.

Las crisis sucesivas. Para comprender bien nuestros 40 años de andadura autonómica hay que tener en cuenta la sucesión de crisis que ha soportado Asturias durante estas cuatro décadas.

  • Primero fue la crisis industrial, que se prolongó hasta los años 90 del siglo XX y que se tradujo en la reducción del tamaño y el empleo de las industrias básicas y su posterior privatización.

  • Después nos tocó soportar la Gran Recesión, inclemente desde 2008 en adelante, acentuada por las políticas de austeridad que operaban como mandamientos desde Bruselas.

  • En 2020 sobrevino la pandemia, con la consecuente crisis económica de la que aspirábamos –y seguimos aspirando- a recuperarnos a corto plazo.

  • Y ahora, en abril de 2022, vivimos una guerra provocada por la invasión rusa de Ucrania que nos retrotrae a los peores miedos del siglo XX. Hoy por hoy, las consecuencias económicas a largo plazo del conflicto son imprevisibles, pero hacemos bien en prepararnos para tiempos muy duros, con una inflación disparada y un rediseño de las fuerzas geopolíticas que no podemos adivinar cómo concluirá. No debo pararme ahora en las medidas adoptadas por el Gobierno de Asturias y el Consejo de Ministros para encarar el aumento de los precios y echar el freno al encarecimiento de la energía; sólo me limitaré a asegurar que hemos de echar el resto para impedir que se frustre la recuperación y, en especial, la transformación de Asturias, sobre la que luego volveré. Hay ocasiones en las que perder un tren es hasta un alivio; ahora sería un error imperdonable. Debemos perseverar en el cambio para superar la doble transición ecológica y digital. Recurro al plural a propósito: al Gobierno del Principado le toca liderar, poner toda la carne en el asador, pero estas metas no se alcanzarán sin la implicación de la patronal, de los sindicatos, de la Universidad, de los medios de comunicación, de la sociedad asturiana. Seamos conscientes del tiempo excepcional que nos ha tocado vivir, de la pandemia a los bombardeos sobre Kiev: el diálogo, la capacidad para alcanzar grandes acuerdos sociales y parlamentarios, la unidad y la estabilidad definen hoy el programa máximo de la política asturiana y española. No perdamos la ocasión de estar a la altura histórica de estos momentos.

Reivindicación de la política útil. Hice mención a esas cuatro crisis para enfatizar que Asturias no lo ha tenido fácil a lo largo de estos cuarenta años.

Ahora tampoco, desde luego. La Asturias de hoy es muy diferente a la que empezó a gobernar Pedro de Silva en 1983, y no sólo en su estructura económica, ahora tan terciarizada como cualquier otra sociedad desarrollada. Hace menos de un mes, el 8 de marzo, tuve la oportunidad de reivindicar el feminismo como una de las fuerzas del cambio del Principado. En efecto, hoy Asturias, como España, es incomprensible sin el protagonismo de las mujeres. Podemos hablar también de su creciente valor como marca de calidad turística y ambiental, del prestigio de su producción agrícola y ganadera. Y, lógicamente, de los problemas que se han agravado en este tiempo, como el reto demográfico.

Con esa enorme distancia entre la Asturias de 1983 y la de 2022, creo que el desafío principal para un gobernante sigue siendo el mismo: probar que las instituciones autonómicas son útiles para resolver los problemas de la ciudadanía. Si alguno o alguna de ustedes ha tenido la paciencia de seguirme durante estos años de mandato, habrá reparado en que la invocación de la política útil es una constante de mi discurso. Supongo que haber sido alcalde de Laviana, condición que exhibo con orgullo, explica que tenga una idea tan práctica de las cosas. La acción política tiene que plasmarse en mejoras para la vida de las personas.

La inevitable metamorfosis. Regreso a la reivindicación de la utilidad de la autonomía, que, como ven, es el eje sobre el que voy envolviendo esta conferencia.

Las comparaciones históricas siempre son peligrosas. No creo que podamos hablar de que hoy vivimos una situación similar a la de 1983, pero podemos convenir que Asturias está obligada a afrontar, como entonces, un intenso período de transformación, metamorfosis o mutación, elijan el término que quieran. Como sucedió cuando el Principado dejó de ser el bastión de las empresas públicas, estamos abocados a otro paradigma económico. Hay quien habla de una tercera o incluso de una cuarta revolución industrial. Podemos dejar esas sutilezas de la catalogación para los estudiosos, pero lo que no cabe duda de que en muy pocos años nuestro modelo socioeconómico será distinto. Asturias, como toda Europa, está cambiando a ojos vista. No sólo está cambiando: debe cambiar a la mayor velocidad posible, porque no hay alternativa a la transformación. Por eso antes advertía que no debemos equivocarnos: la guerra de Ucrania no debe parar nuestra hambre de cambio.

La reforma del Estatuto. Cuando propuse la reforma del Estatuto también pensaba en la política útil y en esa gran evolución de la sociedad asturiana. Como expresó con tino Begoña Sesma, la presidenta del Consejo Consultivo, el Estatuto no caduca, pero sí envejece. Consideraba, y sigo considerándolo, que era necesaria una adecuación del texto a la realidad actual, a la madurez autonómica e institucional de Asturias.

Pongo una muestra fácil de entender. En febrero se celebraron elecciones anticipadas en Castilla y León, pero la ciudadanía castellanoleonesa no estará obligada a volver a las urnas en mayo de 2023. En cambio, si el adelanto electoral hubiera ocurrido en Asturias, los comicios volverían a celebrarse irremisiblemente dentro de poco más de un año. Para mí, esa limitación no tiene sentido en una comunidad que ha demostrado tanta madurez como el Principado. ¿Por qué no somos conscientes de esa madurez, de la sensatez que ha exhibido Asturias, por qué, me pregunto, hay tanta renuencia a asumir nuevas metas en nuestra tierra?

Sé que estoy metiéndome en terreno peligroso, pero entiendo que esta conferencia quedaría coja sin esta reflexión. Siento además discrepar de algunas personas, pero tengo el deber de ser sincero. Por defender la revisión estatutaria, incluida la oficialidad de nuestras lenguas propias, me acusaron de desentenderme de los problemas de los asturianos. Por cierto, para algunos, nuestra oficialidad amable era la piel de cordero con la que disfrazábamos un invento explosivo, mientras ahora reivindican sin pestañear el bilingüismo cordial. Si ese es el problema, adoptó la cordialidad como adjetivo de compañía sin reparo alguno.

El caso es que con el mismo razonamiento –descuidar los problemas de los asturianos- podrían haber acusado a los padres del Estatuto de perder el tiempo en debates accesorios en 1981, cuando la realidad llamaba a las puertas con sonoros aldabonazos de paro y reconversión. Sin embargo, nadie se atrevería a afirmar hoy semejante cosa. Quizá decir nadie sea mucho; al menos, la mayoría de las fuerzas políticas.

Ésta no es una cuestión menor, sino una discrepancia de fondo. Defender la adecuación del Estatuto para mejorar el autogobierno, incluso para mejorar algunos aspectos formales de nuestra norma básica, significa, en primer lugar, confianza en la capacidad de Asturias para construir su propio futuro. Y, por supuesto, no tiene nada que ver con desentenderse de las dificultades. Vuelvo al ejemplo anterior. Una fuerza política propuso no hace mucho que se presentara una moción de censura. Si se llevara a cabo y triunfase, ¿no afectaría a la vida de las personas y a los problemas reales de Asturias que el gobierno resultante tuviese carácter interino, condenado a cesar en sus funciones en poco más de un año? ¿No nos afecta ahora mismo carecer de la figura del decreto ley para eximir de algunas tasas al transporte, la ganadería, la agricultura o la pesca?

Por eso estoy convencido de que la reforma se hará realidad a corto plazo.

Los desafíos del futuro. Con la guerra, todo son incertidumbres. A partir de esa cautela, me atrevo a exponer algunos de los desafíos inmediatos de Asturias, retos que forman parte de ese gran cambio que estamos viviendo. Los cito de forma muy resumida para no extenderme.

  • Superar con éxito la doble transición ecológica y digital. En estos tres últimos años, hemos pasado de entender la transición energética como un imposible que excedía nuestras propias fuerzas y que nos condenaba a la extinción industrial, a asumirla como una oportunidad. Sirvan de muestra el proyecto para descarbonizar Arcelor, la propuesta para desarrollar el gran hub del hidrógeno verde (a la espera de su concreción) o la iniciativa demostrada por tantas empresas para acometer proyectos transformadores. Asturias va por muy buen camino para convertirse en un referente europeo de la transición energética. También estamos avanzando a marchas forzadas en el fomento de la ciencia, la innovación y el desarrollo tecnológico. Reitero que, por primera vez, nuestra comunidad puede estar a la vanguardia de una revolución industrial, algo que jamás habíamos conseguido.

  • Gestionar con acierto los fondos europeos, la gran maquinaria tractora de la que se ha dotado la UE para impulsar el cambio. Tenemos experiencia y capacidad. En este asunto hemos ido, como en una carrera de vallas, superando miedos sucesivos: primero, que llegaríamos tarde; después, que carecíamos de proyectos; ahora, la tardanza en la movilización de esos recursos. Como se dice en los concursos de televisión, pruebas superadas: llegamos cuando debíamos, hay un abundante caudal de proyectos –en gran medida, liderados por empresas asturianas- y hemos movilizado ya más del 48% de los fondos asignados.

  • Prepararnos para la conexión con la alta velocidad ferroviaria, con tráfico mixto, de mercancías y pasajeros. Todavía no se ha enfatizado bastante la repercusión logística que puede llegar a tener la entrada en servicio de la variante de Pajares, su efecto dinamizador sobre la actividad portuaria o el nuevo potencial que adquiere la Zalia. Estamos dándole vueltas a las estaciones o azuzando debates secundarios cuando las fuerzas deberían concentrarse en sacar el máximo rendimiento económico a la alta velocidad. Pensemos por un instante el arrastre que puede tener sobre la actividad turística. Estamos ante algo más que el fin de una obra colosal y simbólica, algo así como el certificado del fin del complejo de aislamiento de Asturias; estamos ante una oportunidad económica de primer orden.

  • Hacer frente al reto demográfico en su triple incidencia: pérdida de habitantes, despoblación de comarcas y envejecimiento. Ya hemos aprobado la convocatoria de las ayudas a la natalidad y esta misma legislatura presentaremos una ley de reto demográfico. No obstante, todo lo que hagamos será insuficiente y no dará resultado inmediato, lo advierto de antemano. Tardaremos años o décadas en revertir esta situación, pero vamos a intentarlo. Sin ponernos colorados, vamos a aprender de lo mejor hecho en otros países y otras comunidades.

  • Volcarse en el apoyo al medio rural para conseguir que despliegue todo su potencial. Como antes anoté, nuestra industria agroalimentaria es en sí misma un sello de calidad. Tenemos que pensar en el campo como una pieza clave para fortalecer el tejido económico y contribuir al empuje de las alas.

  • Avanzar en la igualdad entre hombres y mujeres. Tal vez les sorprenda, pero ésta es otro de los requisitos para asegurar un buen futuro. La igualdad, como el respeto a la diversidad sexual y la ampliación de los derechos civiles, distinguen la calidad democrática de una sociedad. El feminismo tiene que seguir siendo una de las fuerzas del cambio de Asturias.

A esos grandes retos pueden añadírseles muchos más: desarrollar más políticas de ayuda a los jóvenes que combatan el precariado y aseguren su horizonte vital, lograr una buena financiación autonómica, reformar la Administración, dar un nuevo impulso al turismo… Cuando se tiene ambición, la lista puede hacerse interminable.

Hace un instante, me refería a la guerra que se vive en el Este de Europa. Sobre sus efectos, reconocía, todo son incertidumbre. En cambio, sí puedo ofrecerles algunas certezas. En todos esos desafíos que acabo de enumerar, el Gobierno de Asturias será parte activa y útil en la búsqueda de soluciones. Como lo hemos sido en la lucha contra la pandemia, por citar otro caso que refleja bien la importancia de la capacidad autonómica para abordar los problemas

Requisitos. Esa promesa sería imposible sin nuestra existencia como comunidad autónoma. Pero tampoco podría hacerse realidad sin cumplir cuatro requisitos que ya cité a lo largo de esta intervención:

  • Pragmatismo y búsqueda permanente del diálogo y el acuerdo.

  • Ambición y audacia para atreverse a intentar los cambios que consideremos necesarios, por más desdén que generen.

  • Disposición a anteponer siempre los intereses de Asturias, incluso cuando provoquen tensiones con el Gobierno central.

  • Y confianza en las posibilidades de nuestra comunidad autónoma, por grandes que sean las dificultades.

Antes, con alguna variación, los atribuí a los mandatos de Pedro de Silva. Ahora los hago míos. Si queremos avanzar hacia la mejor Asturias hay que dejar las voces y los miedos atrás, ese temor envolvente al fracaso que atenaza la iniciativa, empeñado siempre en presentarnos el abismo del declive como único destino. La Asturias autonómica siempre se ha sobrepuesto a ese coro quejumbroso para superar las sucesivas crisis que la han golpeado. Ahora, en otro intenso y necesario momento de cambio, nos toca a nosotros demostrar el atrevimiento y la inteligencia necesaria para seguir construyendo la mejor Asturias. Nosotros somos todos y todas: el gobierno, el parlamento, los ayuntamientos, la Universidad, la iniciativa privada, los sindicatos, Asturias entera. Ese es el rumbo a la mejor Asturias. Que, por cierto, será autonómica o no será.

Documentación

Galería de imágenes

Fotos: Armando Álvarez

De izquierda a derecha, el director del Ridea, Ramón Rodríguez; el expresidente del Principado de Asturias, Pedo de Silva, y el presidente del Principado de Asturias, Adrián Barbón; en segundo término, la delegada del Gobierno en Asturias, Delia Losa, y el vicepresidente y consejero de Administración Autonómica, Medio Ambiente y Cambio Climático, Juan Cofiño.

Galería de audios

Audios de la intervención del presidente del Principado de Asturias, Adrián Barbón, en la mesa redonda Autonomía asturiana: pasado, presente y futuro, que cierra el ciclo de conferencias Historias y prospectivas sobre cuarenta años de autonomía asturiana, organizado por el Real Instituto de Estudios Asturianos (Ridea).

Sobre que todos los presidentes procuraron lo mejor para la región
Sobre política útil para mejorar la vida de la ciudadania
Sobre la necesidad de un cambio rápido en la región
Sobre impedir que se frustre la transformación de Asturias
Sobre el Gobierno de Asturias como parte activa para responder a los desafios
Sobre demostrar atrevimiento e inteligencia para la mejor Asturias autonómica
Sobre que la defensa del autogobierno no es desentederse de los problemas de la ciudadanía
Sobre las capacidades de Pedro de Silva
Balance positivo del periodo autonómico
Sobre la autonomía para afrontar los problemas y sobre la sensatez de Asturias